Y me abracé. Abracé mi historia. Mis heridas. Mi luz, mi fuerza, mi sensibilidad. Aprendí a hablarme con más amor, a tratarme con respeto, a escucharme. Me convertí en ese lugar seguro que tanto había buscado afuera.

Pero no fue un camino lineal. Después de años de trabajo interno, volví a caer en viejos patrones. Volví a traicionarme. A exigirme. A dejarme de lado por cumplir con lo que creía que los demás esperaban de mí. Me olvidé de mí. Y eso me pasó factura: toqué fondo y atravesé una enfermedad mental que me mostró, con crudeza, cuán lejos había vuelto a estar de mí.

Un día, frente al espejo, me di cuenta que no podía sostenerme la mirada. Esa fue mi red flag.
Y también, mi punto de quiebre. Porque ahí, en el fondo, lo que me salvó fue volver a encontrarme en mis propios ojos. Recordar cuánto me amo. Cuánto confío en mí. Porque mi mayor fortaleza —lo entendí entonces— siempre fue confiar en mi poder personal.

Hoy, miro hacia atrás con gratitud. Me siento profundamente orgullosa del camino que recorrí.
Y cada vez que me olvido de quién soy, cada vez que me alejo de mi centro, vuelvo a conectar con esa emoción anclada en mi ser: el amor por mí misma.

Y desde ese lugar de verdad, presencia y amor… nace este espacio.
Porque si hoy sentís que te estás olvidando de vos, quiero que sepas algo: nunca es tarde para empezar a elegirte. Y este puede ser el primer paso.